Editorial Parábola

Dice el presidente Andrés Manuel López Obrador que barrerá la corrupción como se barren las escaleras, de “arriba para abajo”. La evidencia demuestra que tiene razón; y es que el modelo político del país, que descansa en el presidencialismo requiere -de acuerdo a los hechos- que la voluntad de cambio venga de “arriba hacia abajo”.
Pero no nos equivoquemos; en cualquier circunstancia, por ejemplo de actos de corrupción o necesidad de transformaciones; esa voluntad de cambio no ocurre de la noche a la mañana o por simple decisión política; responde a problemas coyunturales y estructurales. En nuestro país es la propia sociedad la que empuja a que la clase política tome decisiones importantes.
Esta analogía, sirve para ilustrar lo que ocurrió con las autoridades estatales de Chiapas y las de San Cristóbal de las Casas ante la tragedia de la desaparición del niño Dylan Esaú en el populoso Merposur.
Fue la propia sociedad la que arropó a la madre del menor, fue la sociedad coleta y las organizaciones sociales las que posibilitaron que se trasladara a la Ciudad de México para tener la esperanza de ser recibida por el presidente de la república para exponerle su caso.
¿Porqué la señora tuvo que viajar a México para exigir justicia?
¿Porqué hacerlo si en Chiapas también existe una Fiscalía General y una Fiscalía Especializada de Personas Desaparecidas?
La respuesta es muy sencilla; porque en Chiapas su clamor no tuvo eco.
De “arriba para abajo” como dice el presidente López Obrador, porque en el caso de Dylan Esaú y también en la coyuntura actual que nos dicta la pandemia del Coronavirus, el primer nivel de atención gubernamental a la ciudadanía no existe.
No pueden los municipios chiapanecos y sus alcaldías decir que todo podrá solucionarse de “abajo para arriba”.
¿Dónde está el gobierno municipal coleto de Jerónima Toledo ante la pandemia y el clamor popular por encontrar a Dylan Esaú?
En estos meses de pandemia, lo único que se ha sabido de la alcaldesa y su gobierno fue que apareció en un restaurante de la ciudad mientras estos tenían prohibido abrir.
Fue solo hasta que en la “mañanera” una pregunta directa al presidente detonó que con mayor intensidad los medios de comunicación nacionales se ocuparan de la tragedia de la desaparición de Dylan Esaú.
Pronto, la fiscalía estatal se abrió a la necesaria transparencia -una acción digna de aplaudirse- y dio a conocer los primeros datos sobre el caso. Sin embargo la alcaldía de Jerónima Toledo sigue invisible.
La desaparición de Dylan Esaú desnuda la silenciosa tragedia del sufrimiento de la niñez chiapaneca. En un estado en donde más del 70 por ciento de la población es pobre, la condena por nacer es seguir siendo pobre toda la vida y además, trasladar esa pobreza a los descendientes.
Los niños chiapanecos -sobre todo los que nacen en zonas indígenas- están condenados a la pobreza, a la desnutrición y al trabajo desde muy infantes; ello para ayudar al ingreso familiar.
Los niños chiapanecos son vulnerables por ser pobres, muchos por ser parte de los pueblos originarios y son vulnerables también por salir a la calle para completar el ingreso familiar.
La maquinaria gubernamental se puso en marcha “de arriba para abajo” para encontrar a Dylan Esaú; ante la presión social y la instrucción presidencial, está urgida de dar resultados rápidamente.
Pero, ¿Cuál es el papel de la alcaldía municipal de Jerónima Toledo ante esta situación?
Su necesario papel sería el de asumir su responsabilidad de garantizar la tranquilidad de las familias coletas. De generar programas para que el ingreso familiar se incremente y se termine con el flagelo tan evidente en los Altos de Chiapas del trabajo infantil. Su responsabilidad es la atención de los grupos vulnerables, entre ellos la niñez. Su tarea es gobernar bien.
Es la ciudadanía la que calificará su trabajo y hoy por hoy; Jerónima Toledo tiene nota reprobatoria.